Érase una vez, una hermosa joven,
llamada Rapunzel, que vivía en una torre en medio de un lejano y frondoso
bosque. Una odiosa mujer, enfadada con el mundo, decidió encerrarla allí cuando
Rapunzel sólo tenía 12 años cegada por la envídia que le tenía por ser tan
bella. La torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo más
alto. La abandonó allí junto a un Ipod con reggaetón y unas revistas del
corazón (no quería que fuera más lista que ella y escapara algún día).
Cada vez que la bruja (como Rapunzel
la llamaba a escondidas) quería subir a lo alto de la torre, gritaba bajo la
ventana: -¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza!-. Rapunzel tenía un abundante
cabello largo, dorado como el sol, gracias a unas extensiones de queratina que
le puso la vieja para tal fin. Entonces la
bruja trepaba por la trenza y subía hasta la ventana - menos mal que ha
hecho la dieta Dukan-, pensaba Rapunzel mientras la vieja subía. Un día un
muchacho, que cabalgaba por el bosque a lomos de un hermoso quad blanco, pasó
por la torre y escuchó una canción tan gloriosa que se acercó –Papi, papi, papi
chulo, papi papi papi ven a mi-. Atraído por tan melodiosa voz, el joven buscó
entrar en la torre pero todo fue en vano. Sin embargo, la canción le había
llegado tan profundo al corazón, que le hizo regresar al bosque todos los días
para escucharla. Uno de esos días, vio a una vieja zarrapastrosa acercarse a
los pies de la torre.
El muchacho se escondió detrás de un árbol y observó,
descubriendo al fin la manera de subir a la dichosa torre. Al día siguiente al anochecer,
fue al lugar y gritó: -¡Rapunzel!, ¡Rapunzel!, ¡lanza tu trenza!-. El cabello
de Rapunzel cayó de inmediato y el muchacho subió. Al principio Rapunzel se
asustó, pero él le dijo que la había escuchado cantar y que su dulce melodía le
había robado el corazón. Rapunzel olvidó su temor – a él también le gusta mi
música-, pensaba. El muchacho la visitaba todas las noches y la bruja, que venía sólo durante el día
(por la noche tenía que ver Arrayán), no sabía nada. Hasta que un día, bajando
por la trenza oyó a Rapunzel decir que ella pesaba más que su joven amor. La bruja reaccionó: -¿Cómo osas haberme
engañado?- Furiosa, decidió quitarle las extensiones a Rapunzel, y la abandonó
en un lugar lejano para que viviera en soledad.
Al volver a la torre, la mujer malvada se escondió detrás de un árbol hasta que
vio llegar al muchacho para llamar a Rapunzel. Entonces enfurecida, la bruja salió del escondite y le dijo:
-Has perdido a Rapunzel para siempre. Jamás volverás a verla-. Además, le echó
espray anti-violadores en la cara, dejándole totalmente ciego.
Incapacitado de
volver a su casa, el muchacho acabó viviendo durante muchos años en el bosque,
hasta que un día por casualidad llegó al solitario lugar donde vivía su querida
Rapunzel. Al escuchar la melodiosa voz, que esta vez cantaba -a mí me gusta la
gasolina, dame más gasolina- se dirigió hacia ella. Cuando estaba cerca,
Rapunzel lo reconoció. Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso triste
cuando se dio cuenta de su ceguera. Lo abrazó tiernamente y lloró. Sus lágrimas
cayeron sobre los ojos del príncipe ciego y… no pasó absolutamente nada. Rapunzel
le dijo que no le importaba, que su amor era tan grande que ella vería por los
dos. Y vivieron felices y comieron... cosas que iban encontrando por el bosque.
Ilustrado por: Jorge Moreno