Elena se levantó esa mañana más temprano de lo normal, estaba impaciente, por fin había llegado el fin de semana y podría ir a comprarse el conjunto de ropa de paseo de su muñeca favorita. Guardaba el aguinaldo que le dio su abuelo para la ocasión en una caja de las princesas Disney que los Reyes le trajeron un año atrás.
Una vez hubo tomado el desayuno junto a su madre, y vestida como una mujercita, guardó su dinero en el bolsillo del abrigo y salieron a la calle, donde les esperaba el coche, aún con el rastro que había dejado el rocío de la mañana. Tras varios intentos de arrancarlo, por fin sonó el motor -es que esta noche ha hecho mucho frío, y el motor está congelado- dijo mamá. Ahora sólo quedaba esperar en su elevador –ya no llevo sillita (decía orgullosa cada vez que alguien entraba en el coche), hasta que mamá aparcara en el “Toysarás” y por fin tendría lo que tanto deseaba.
Pero en el camino, pasó algo que no dejó indiferente a Elena. Mamá se paró en un semáforo y alguien llamó a la ventanilla. -Un hombre de color marrón (pensó Elena), con un gorro de papá noél sonreía felizmente a pesar de estar a 3 grados. Antes de poder pronunciar palabra, mamá dijo –lo siento, no te puedo dar nada, he salido sin la cartera- . Mamá estaba mintiendo, sí que llevaba la cartera, - yo misma le he dado mis 20 euros al salir de casa para que no se me perdieran y ella los guardó- pensó. Pero antes de poder decir nada, el coche reanudaba su marcha. Elena estaba muy callada, algo raro en ella, ya que en otras ocasiones estaría preguntando mil y una vez cuánto quedaba para llegar. La madre pensó que estaría cansada, porque había madrugado mucho. Pero la verdad es que Elena se había quedado muy triste por aquel "hombre marrón" que pedía dinero. Si todos eran tan mentirosos como mamá, aquel hombre se quedaría congelado en la calle, como el motor del coche.
–Elena, ya estamos, ¿estás nerviosa? ¡Por fin lo que tú querías! Venga, bájate. –No quiero mamá, ya no quiero comprar eso. –Bueno, pues miramos otra cosa que te guste. – Que no!, que no quiero nada de aquí, quiero que volvamos a casa, pero que vuelvas por el mismo camino.
Quiero darle al “hombre marrón” mis 20 euros… Mamá, era un hombre que ha sonreído cuando le has mentido diciendo que no tenías nada que darle, yo quiero que se pueda comprar un abrigo o tomarse un cafelito o si no morirá congelado en la calle, la gente que te sonríe sin haberle dado nada tiene que ser buena, mamá-. Su madre se quedó helada, su pequeña tenía más razón que un santo. Sólo se limitó a sonreír, y dijo -tienes razón, vamos a pedirle disculpas por nuestra mentirijlla y tú harás lo que creas conveniente. Acto seguido subieron al coche y partieron en busca de aquel hombre.
– Muchas gracias princesa, gracias, gracias, eres muy buena, muy bonita, guapa, gracias, gracias, gracias-. Ahora sí que se sentía bien. Sabía que había tomado la decisión correcta, de todos modos, su muñeca ya tenía muchos vestidos,- a lo mejor los Reyes como he sido buena me lo traen, pensó. Además, tenía un nuevo amigo que aunque pasaran semanas sin verle, siempre la recordaba, la saludaba y le regalaba algún caramelo. Como dice mamá, un amigo es un tesoro. ¡Ahora sí que soy una verdadera princesa!